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lunes, 13 de febrero de 2012

One Shoot: Monedas sin valor.

Hola chiicooos!!! :D como van? Bueno, resulta que en nuestro colegio, nos mandaron a hacer cuentos, no mayores de 5 paginas, eso tambien sera un concurso, pero obviamente, tendra nota. e.e' entonces, en estos dias, tendran varios one shoot rondando por el blog. ;)

ok... aqui va: 

Estaba en el último torneo de esgrima, ya había ganado todos los anteriores en mi categoría, y este no sería la excepción, aunque he de admitir que me estaba dando una buena pelea. En un movimiento rápido, su florete estuvo a solo centímetros de mí, pero con una maniobra que aprendí en España, posé mi florete justo en el centro de su pecho, junto con un apenas susurrado “Touché”. Me quité la máscara que cubría mi cara, y la coloqué debajo de mi brazo. Mi contrincante hizo lo mismo. Era un chico como de diez años, mi edad. Me estrechó la mano y me dio una sonrisa que yo correspondí.
Vi los torneos de los chicos mayores, y noté que el chico al que acababa de vencer también los miraba minuciosamente. Me levanté del lado de mi mamá que me acompañaba a todas las competencias, y me acerqué a él.
Hola —saludó susurrando.
—Hola. Umm, mucho gusto. Soy Adrian. ¿Y tu cómo te llamas? —pregunté alegremente
—Daniel —dijo, aun susurrando.
—Oye, Daniel, ¿Por qué susurras?
—No lo sé. Nunca hablo muy fuerte —dijo encogiéndose de hombros
—Bueno, eso es todo lo contrario a mi —dije en un volumen que me valió varias miradas desaprobatorias de los presentes —. Vamos por un helado —dije levantándome con rapidez.
—No… no tengo mucho dinero
—¡Bah! No importa. Mi papá tiene una cadena de heladerías, y una está bastante cerca. Todos los helados que yo quiera… gratis —a Daniel se le iluminó el rostro en lo que me daba una sonrisa.
—Le diré a mi mamá —dijo levantándose y corriendo hacia una señora (que bien podría ser mi abuela), ella le dio una sonrisa cansada y asintió. A mí me bastó con hacerle señas a mi mamá que me dio un ligero asentimiento.
Caminamos a través de dos calles hasta la heladería. Al llegar, el empleado me sonrió.
—¿De qué la quieres hoy?
—De chocolate con sirope de fresa, y una cereza. ¿Y tú de que la quieres? —le pregunté a Daniel
—Umm, no lo sé. ¿Chocolate? —dijo de forma insegura.
—¿Sólo chocolate? —preguntó el empleado.
—Sí, solo eso —nos entregaron los helados y nos sentamos en una mesa.
—Entonces… ¿Cuál es tu sabor favorito? —dije, ya acomodado en mi asiento
—Los helados que he comido, siempre han sido de chocolate.
Y por ahí fue nuestra conversación. Resulta que Daniel no tenía muchos amigos, ya que era muy tímido. Estaba en esgrima porque su mamá había movilizado una beca en la que le daban todos los instrumentos necesarios. No tenía mucho dinero, estudiaba en una escuela en una parte técnicamente pobre de la ciudad, pero sus notas eran ejemplares, aspiraba una beca para poder estudiar en la universidad. Yo, en cambio, ya tenía comprado un cupo en la mejor universidad del país, aunque si quisiera ir a otra, no tendría ningún problema.
Regresamos al complejo de esgrima. Él fue con su mamá y yo con la mía, nos despedimos con un gesto de manos, y cada uno partió por su lado… pero nunca dejamos de vernos.
Siete años después…
—Oye amigo, debes apurarte. No quiero que me roben esta preciosidad por aquí —dije, señalando mi hermoso mercedes color blanco. Acto seguido, la cabellera amarilla de Daniel apareció de entre la multitud, y vino corriendo hacia mí.
—Lo siento. No deberías venir a buscarme todos los días —dijo algo cabizbajo, en lo que yo ponía en marcha el coche. Él era definitivamente el único de mis amigos que utilizaba sus ojos para hacerme sentir mal por hacerle un favor. —. Este sitio es peligroso. Algún día te robaran el auto —yo giré lo ojos.
—Pues que me lo roben. No me importa. Puedo tomar otro de mi colección o simplemente ir a algún lugar y comprarme otro —él suspiró de forma dramática
—A veces odio que tengas dinero, de verdad. Eres muy arrogante
—Cuando tienes dinero es normal ser así. Siempre tengo todo lo que quiero. Es casi imposible comportarme de otra manera —dije, en lo que tomaba un desvío en el camino, para ir a la casa de mi novia, a la cual Daniel odiaba.
—¡¿Vas a buscar a Victoria?!
—Claro que sí. Hoy iremos al mall
—Esa mujer solo quiere tu dinero —susurró.
No le presté atención, pero cuando lo iba a dejar en su casa insistió en que “no dejaría que ella acabara con mi dinero, ya que yo era un idiota que lo único que hacía era mirar sus piernas y su trasero”. Así que me acompañó. Eso era sumamente normal, Daniel y yo siempre estábamos juntos. Desde esa vez en la heladería, y con el paso de los años, nos hicimos mejores amigos. Mis compañeros de la escuela, y algunos vecinos, no entendían porque yo era amigo de un “pobretón”, pero yo lo único que les decía era que él era la persona más real que conocía, aunque a pesar de que siempre lo repetía, siempre me molestaban con eso. El recorrido en el mall, fue igual a todos los demás. Daniel lanzándonos miradas hostiles, Vicky y yo tomados de la mano, y algún ocasional: “oh, mira eso” por parte de ella, y luego mi típica respuesta: “¿te gusta? Ve y cómpralo”. Era en esos momentos en los que pensaba que Daniel de verdad me mataría.
Alrededor de tres horas después, ya de noche, dejé a Victoria en su casa, y me encaminé a la de Daniel. Cuando llegamos apagué el auto, pero antes de que pudiera hacer o decir cualquier cosa, Daniel empezó a hablar.
—Eres un idiota. Estás con esa mujer que solo quiere tu dinero y tú…
—Tú no tienes derecho a reclamarme nada
—Solo te lo digo porque eres mi mejor amigo, y no quiero verte arruinado —dijo gritándome. Yo le dirigí una risa amarga.
—Créeme, amigo, no me verás arruinado. Tengo el suficiente dinero para comprar el mundo si quisiera. Unas cuantas baratijas no me quitarán mi fortuna —él solo negó con la cabeza
—Hay cosas que valen más que el dinero, y nunca lo has notado —dijo. Yo giré los ojos. Ya iba a empezar otra vez con ese tonto discurso.
—Ya estoy harto de tu ridículo discurso sobre el dinero. Tú no sabes nada sobre nada. Vive tu vida, y déjame vivir la mía —Daniel, se limitó a mirarme por unos segundos sin decir nada
—Si, como sea. Nos vemos luego, hermano. Si no te ahogas en tu “riqueza” antes —dijo, en tono casual, como si solo fuera una despedida más. Acto seguido, se bajó del auto.
—Oh, eso no se quedara así —dije, mas para mí que para él, en lo que me bajaba del auto, lo tomaba por el brazo y lo giraba hacia mí —. ¿Qué quisiste decir con eso? —le espeté
—Nada, Adrian, olvídalo
—Como quie… —empecé a decir, pero sentí una punzada de algo que no reconocí en mi espalda.
—Quédate quieto, y no te haré nada —¡demonios! Un arma… un ladrón —. Ahora, dame las llaves del auto… ¡ya!
Palpé mis bolsillos hasta encontrar las llaves, y empecé a subir mi mano lentamente para entregárselas. Pero antes de que pudiera tomarlas, vi mi oportunidad de poner en práctica mis clases de judo, así que tomé su mano que ahora estaba a un lado de mi cabeza, apuntando hacia el frente, pero en el momento en que mi mano tocó la suya, oí una explosión, seguido de un grito, (el cual no estoy muy seguro de quien lo hizo) y luego… Daniel desplomándose en el suelo, con mucha sangre saliendo de algún lugar cercano a su pecho.
—¡Daniel! —grité, y me apresuré hacia él, pero otra explosión sonó.
Acto seguido, me atravesó un dolor en todas partes. En ese momento sentí mis piernas empezar a temblar, para terminar doblándose, llevándome al suelo, junto a Daniel. Podía oír levemente el sonido de unas sirenas, que se acercaban de forma demasiado lenta. Giré mi cara un poco, y lo último que vi antes de que todo se desvaneciera, fue a Daniel, con sus ojos cerrados y su rostro contorsionándose en una mueca de dolor. Él era mi mejor amigo, no, mucho más que eso, era mi hermano. Noté que sus ojos se entreabrían, y lo vi esbozar una ligera sonrisa, para luego, cerrar los ojos y sumirse en la inconsciencia. Yo ya no sentía el dolor, no podía sentir nada en realidad, así que me dejé llevar por la inmensa oscuridad que se cernía sobre mí.
Abrí los ojos. Una luz cegadora estaba sobre mí. Giré un poco mi cabeza y pude notar que… no estaba muerto. Estaba en un hospital. Podía oír el pitido constante del monitor que señalaba mis latidos del corazón. Y a mi otro lado… Daniel, tomándome de la mano. Él se veía bastante bien, solo tenía una venda en su hombro, y otra que bajaba por su brazo.
—¿Cómo estás, hermano? —preguntó
—Al parecer, no mejor que tú, ya que yo sigo conectado a un montón de aparatos —Daniel sonrió, y seguramente iba a decir cualquier cosa, pero en ese momento, entró mi mamá a la habitación, con lágrimas en sus ojos.
—¿Ya se lo dijiste? —preguntó mi mamá.
—No, señora Adriana, estaba en eso —dijo Daniel. Mamá asintió, y salió en silencio.
—¿Decirme qué? —pregunté en lo que trataba de sentarme.
—Adrian, cuando el hombre disparó, a mi me dio en el hombro, pero a ti te dio en la espalda, y la bala quedo incrustada en uno de los anillos de tu columna. No podían sacarla sin hacer daños mayores por lo que… —no lo dejé terminar. Tenía varios familiares médicos, y ya sabía lo que una bala en la columna significaba.
—¡No puedo estar inválido! —dije tocándome frenéticamente las piernas, las cuales no podía sentir —. Debe haber algo que pueda hacer. Algún doctor que pueda… —él solo negó con la cabeza.
—No puede hacerse nada, Adrian. Lo siento. Tu mamá quería decirte, pero yo le insistí en que me dejara darte la noticia. Ella estaba muy alterada. Supuse que lo tomarías mejor de mí que de ella. —dijo. Las lágrimas empezaron a correr por mi rostro. Hacía mucho tiempo que no lloraba. —Oye, amigo. Estoy aquí, siempre estaré aquí. Te amo mucho, hermano. Puedes contar conmigo para lo que sea. ¿Está bien? —asentí, y lloré. Solo lloré.
A pesar de todo no me detuve. Salí de la clínica una semana después. Busqué doctores de todos los tipos en todo el mundo. La fortuna que creí inagotable, se terminó al cabo de cuatro o cinco años, gastada en consultas con médicos inútiles, y antidepresivos. Con mi dinero se fueron muchas “amistades”, y también se fue Victoria. Al final, Daniel tenía razón, solo quería mi dinero. Cuando mi mamá murió, y yo quedé totalmente en la bancarrota, Daniel me tendió la mano, y me ayudó a encontrar un lugar para vivir, ya que mi antigua casa me resultaba inaccesible. Su esposa y sus hijos me adoraban, y yo a ellos. Eran la única familia que me quedaba. Tenían la linda costumbre de llamarme tío. ¿Me casé? No. Me volví un solitario. No tenía ganas de que las personas vieran en la miseria en la que había caído. Después de tenerlo todo… no tener nada. Mi única compañía ocasional era Daniel.
Lo peor de todo, es que yo sabía que había sido mi culpa. Si no hubiera sido tan pretencioso y hubiera solo tomado un auto menos ostentoso, o si solo le hubiera dado las llaves al hombre, nada de esto habría pasado. Todos los días me atormenta la imagen de lo que podría haber sido si yo hubiera notado mi estupidez, solo dos segundos antes. El dinero no me servirá para recuperar lo que de verdad me importa. No supe lo que tenia, hasta que lo perdí, y eso me hace ser miserable. El dinero no me dará mis piernas, ni me dará el amor de alguien que no me amaría sin él. ¿Cuánto vale el dinero para mí ahora? Lo resumiré en una palabra: nada.

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